En mi juventud nos dieron, en la secundaria, dos documentos atribuídos a los antiguos aztecas. Consistían en dos cartas o epístolas escritas por un padre hacia su hijo, y de una madre hacia su hija; ambas eran una serie de consejos orientados a fomentar la honra, el respeto y una correcta forma de vida, resumido en honrar a los padres, y amar al prójimo como a sí mismo.
La gente se forma desde la casa; si en casa no recibe la correcta formación y orientación, la persona se convierte en ente sin futuro ni remedio, carece de sentido en la vida. Lo malo es cuando esa apatía se multiplica y destruye a la sociedad.
Es importante que este tipo de enseñanzas o de mitos se multipliquen y difundan, que se comprendan y se asimilen; obviamente, la enseñanza se adapta a la actualidad: Tan solo hay que leer y entender los principios, que se aplican por igual a ambos géneros (hijo e hija) pues son complementarios y no excluyentes entre sí: no se pueden entender de manera aislada, deben operar de manera simultánea. El cambio proviene de uno mismo y del entorno familiar. Estas son las epístolas y su fuente:
DE UNA MADRE AZTECA A SU HIJA
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Hija mía, nacida de mi sustancia, alimentada con mi leche, he procurado criarte con el mayor esmero, y tu padre te ha elaborado y pulido a guisa de esmeralda, para que te presentes a los ojos de los hombres como una joya de virtud.
Esfuérzate en ser siempre buena; porque si no lo eres, ¿quién te querrá por mujer? Todos te despreciarán.
La vida es trabajosa y es necesario echar mano de todas nuestras fuerza para obtener los bienes que los dioses nos quieren enviar; pero conviene no ser perezosa ni descuidada, sino diligente en todo.
Sé aseada y ten tu casa en buen orden.
Da agua a tu marido para que se lave las manos y haz el pan para tu familia.
Donde quiera que vayas, presentate con modestia y compostura, sin apresurar el paso, sin reírte de las personas que encuentres, sin fijar las miradas en ellas, sin volver ligeramente los ojos a una parte y a otra, a fin de que no padezca tu reputación. Responde cortésmente a quien te salude o pregunte algo.
Empléate diligentemente a hilar, en tejer, en coser y en bordar; porque así serás estimada y tendrás lo necesario para comer y vestirte. No te des al sueño, ni descanses en la sombra, pues la inacción trae consigo la pereza y otros vicios.
Cuando trabajes, no pienses mas que en el servicio de los dioses y en el alivio de tus padres. No te ofrezcas nunca a lo que no puedas hacer.
Evita la familiaridad indecente con los hombres, y no te abandones a los perversos apetitos de tu corazón, porque serás el oprobio de tus padres y ensuciarás tu alma, como el agua con el fango. No te acompañes con mujeres disolutas, ni con las embusteras, ni con las perezosas; porque infaliblemente infectarán tu corazón con su ejemplo.
No entres en casa ajena sin urgente motivo, porque no se diga o se piense algo contra tu honor, pero si entras en casa de tus parientes, salúdalos con respeto y no estés ociosa, sino toma inmediatamente el huso o empleate en lo necesario.
Cuando te cases respeta a tu marido y obedécelo diligentemente en lo que te mande; acógelo amorosamente en tu seno, aunque sea pobre y viva a tus expensas.
Sigue hija mía, los consejos que te doy; tengo muchos años y bastante práctica del mundo. Soy tu madre y quiero que vivas bien. Fija estos avisos en tu corazón, pues así vivirás alegre.
Si por no escucharme o por descuidar mis instrucciones, te sobrevienen desgracias, culpa tuya será, y tu serás quien lo sufra.
Hija mía, que los dioses te amparen.
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Hijo mío, has salido de tu madre, como el pollo del huevo, y creciendo como él, te preparas para volar por el mundo, sin que nos sea dado saber por cuanto tiempo nos concederá el cielo el goce de la piedra preciosa que en ti poseemos; pero sea lo que fuere, procura tu vivir rectamente.
Reverencia y saluda a tus mayores y nunca les des señales de desprecio. No estés mudo para con los pobres y atribulados; antes bien date prisa a consolarlos, con buenas palabras.
Honra a todos, especialmente a tus padres, a quienes debes obediencia, temor y servicio. Guárdate de imitar el ejemplo de esos malos hijos, que a guisa de brutos, privados de razón, no reverencian a los que les han dado el ser, ni quieren someterse a sus correcciones: porque quien sigue sus huellas tendrá fin desgraciado y morirá lleno de despecho, o lanzado en un precipicio, o entre las garras de las fieras.
No te burles de los enfermos o de los quien tienen alguna imperfección en su cuerpo. No te mofes del que veas cometer alguna culpa o flaqueza, ni se la eches en cara; confundete, al contrario, y teme que te suceda lo mismo que te ofende en los otros.
No vayas a donde no te llaman, ni te ingieras en lo que no te importa. En todas tus acciones demuestra tu buena crianza. Cuando converses con alguno, no lo molestes con tus manos, ni hables demasiado, ni interrumpas o perturbes a los otros con tus discursos.
Si oyes hablar a alguno desacertadamente, y no te toca corregirlo, calla; si te toca, considera antes lo que vas a decirle, y no le hables con arrogancia, a fin de que sea mas agradecida tu corrección.
Cuando alguien hable contigo, óyelo atentamente y en actitud comedida, no jugando con los pies, ni mordiendo la capa, ni escupiendo demasiado, ni alzándote a cada instante si estás sentado; pues estas acciones son indicios de ligereza y mala crianza.
Cuando te pongas a la mesa, no comas aprisa ni des señales de disgusto si algo no te agrada. Si a la hora de comer viene alguno, parte con él lo que tienes, y cuando alguno coma contigo, no fijes en él tus miradas.
Cuando andes, mira por donde vas para que no te tropieces con los que pasan. Si ves a alguno por el mismo camino, desvíate un poco para hacerle lugar. No pase nunca por delante de tus mayores, sino cuando sea absolutamente necesario, o cuando ellos te lo ordenen. Cuando comas en su compañía, no bebas antes que ellos, y sírveles lo que necesiten para granjearte su favor.
Cuando te den alguna cosa, acéptala con demostraciones de gratitud. Si es grande no te envanezcas; si es pequeño, no lo desprecies; no te indignes, ni ocasiones disgustos a quien te favorece. Si te enriqueces no te insolentes con los pobres ni con los humildes; que los dioses que negaron a otro las riquezas para dártelas a ti, pueden quitártelas para dárselas a otros. Vive del fruto de tu trabajo, porque así te será mas agradable el sustento.
No mientas jamás. Cuando refieres a alguno lo que otro te ha contado, di la verdad pura sin añadir nada.
No hables mal de nadie. Calla lo malo que observes en otro si te toca corregirlo. No sea noticiero, ni amigo de crear discordias. Cuando lleves algún recado, si el sujeto a quien se lo llevas se enfada y habla mal de quien lo envía no vuelvas a él con esa respuesta, sino procura suavizarla y disimula cuando puedas lo que hayas oído, a fin de que no se susciten disgustos y escándalos de que tengas que arrepentirte.
No te entretengas en el mercado mas del tiempo necesario, pues en esos sitios abundan las ocasiones de correr excesos.
No seas disoluto porque se indignarán de ti los dioses, y te cubrirán de infamia. Reprime tus apetitos, pues aún eres joven y aguarda que llegue a edad oportuna la doncella que los dioses te han destinado para mujer. Déjalo a su cuidado, pues ellos sabrán disponer lo que mas te convenga. Cuando llegue el momento de casarte no te atrevas a hacerlo sin el consentimiento de tus padres, porque tendrás un éxito infeliz.
No hurte ni te des al robo; pues serás el oprobio de tus padres, debiendo mas bien de servirles de honra en galardón de la educación que te han dado. Si eres bueno, tu ejemplo confundirá a los malos. No más, hijo mio: esto basta para cumplir las obligaciones de hijo. Con estos consejos quiero fortificar tu corazón.
No los olvides ni desperdicies, pues de ellos depende tu vida y toda tu felicidad.
*Extraídas de las siete pinturas de la Colección Moctezuma, citadas por Clavijero. Tomadas de Motolinía y Sahagún.