domingo, 12 de marzo de 2006

En el campo

Hoy fue mi tercer día de gira en campo abierto para poder obtener, al fin, un predio que sirviera para estacionamiento de vehículos en un Sitio Arqueológico pronto a inaugurarse el viernes 10 de marzo de 2006. La tarea no fue nada fácil: acostumbrado yo a estar siempre en la ciudad y protegido por los muros de la oficina, salir a campo abierto fue una experiencia religiosa porque oraba a Dios que terminara pronto esa aventura.

A pesar de llevar mi sombrero de campirano, me quemé horrible el coco, los hombros y quedé como expulsado de alguna alberca. Creo que me hizo falta ponerme un bloqueador solar o algo por el estilo. O de plano, ponerme un disfraz de Tal-ibán: de piez a cabeza (esto último lo descarté de plano, porque no sería buena idea estar entre la gente como un candidato a la hoguera)

Me quedé maravillado de la sencillez de la gente de la comunidad. Personas con el rostro adusto y curtido por el sol, siempre tenían en el rostro una sonrisa amable, y el placer de obsequier aunque fuera un sorbo de agua. La imagen de que son personas cavernarias es algo que debe superarse. nada como estar ahí para sentir el calor humano, y pasar las horas en franco relax sientiendo el viento y ver el horizonte. Placeres que un simple habitante de la metrópoli jamás disfrutará si no se quita la ansiedad de vivir de prisa la vida.

Volviendo, es de destacar que aparte del calor de la gente, el pinche sol no calentaba en lo absoluto. Quemaba cañón robándose de la tierra la humedad, a grado tal que parecía más bien un vapor que una visita de campo. Pero lo más emocionante fue el enfrentamiento con los bravos perros de rancho, animales nobles que al desconocido lo quieren destazar a dentelladas por pisar ya los dominios del amo, ya el terreno marcado con sus orines. ¡Caray! Solo había visto a un perro muy enojado en las pelis, con los dientes de fuera, el lomo encorvado y los pelos parados. Verlo en vivo y en directo es-otra-cosa, me cae. Más sentir su apestoso aliento cerca de la pierna, cusándome que la vejiga quedara bien apretada y el culo duro (con decir que hasta los huevitos desaparecieron del mapa tal vez procurando hallar un espacio vital de supervivencia)

La gente de la localidad es sabia a morir. Uno de ellos me gritó que dejara de hacerme pendejo y que tomara una rama de pirul que tenía a la mano. Por supuesto que esa sugerencia la descarté, pues eso implicaba dejar de ver al cánido con el riesgo de la dentellada. Así las cosas, di pasitos de regreso dándole ánimos al perro, que tal vez pensó "WOW que buen trabajo estoy haciendo, este güerito grandote ya se rajó".

Lo que jamás pasó por la mente del animal, fue que ese güerito regresó con una amable rama de pirul de más de un metro, delgada y dura que al agitar al viento zumbaba con su característico sonido de "ahí te voy". Y ahí le fui. El cánido ya envalentonado regresa al combate pero no contaba con la gracia de esa rama: un buen varazo en el lomo y quedó aturdido. En lo que pensaba otra estrategia, el animal fue el que ahora tomó reversa (sin dejar de ladrar, claro) y con el rabo entre las patas. Supongo que pensó más en la superviviencia que estarse enfrentando a la rama de pirul.

Claro que el cánido estaba haciendo su trabajo. Yo estaba haciendo el mío. Y por supuesto que no me iba a dejar dentellar por un perro bravo. Simplemente le marqué la diferencia de qué es lo que estaba haciendo, creo yo.

Ya una vez finalizado mi servicio de campo, regresé a las oscuridades del trabajo en el buró, y al encierro de la ciudad de La Eterna Obra Negra... no sin antes traer conmigo al "señor disciplina".

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