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El asalto a Puebla
El destino lo llevó tres veces a empuñar las armas en la ciudad de Puebla. El 5 de mayo de 1862, los franceses se presentaron frente a la ciudad de los ángeles y fueron rechazados en repetidas ocasiones por el ejército mexicano al mando de Ignacio Zaragoza. Fue la primera vez que Porfirio Díaz enfrentó a los monsieurs. Nadie esperaba el triunfo sobre el llamado “primer ejército del mundo”. Ni siquiera Porfirio, quien años después escribiría en sus Memorias: “Esta victoria fue tan inesperada que nos sorprendimos verdaderamente con ella, y pareciéndome a mí que era un sueño, salí en la noche al campo para rectificar la verdad de los hechos con las conversaciones que los soldados tenían alrededor”.
Un año después, con cerca de 28 mil hombres, los franceses regresaron a Puebla y el 16 de marzo pusieron sitio a la ciudad. Durante más de sesenta días el ejército mexicano defendió con valor cada bastión, cada edificio y cada calle poblana. El general Díaz, nuevamente en Puebla, parecía multiplicarse durante el sitio. Asistía a sus compañeros de armas, rechazaba al enemigo, avanzaba sobre alguna posición, se retiraba y volvía a la carga. Cada jornada presentaba un acto de valentía. “Hubo un instante solemne en que el ímpetu de la carga de los franceses en el patio de la casa desmoralizó a mis soldados… en esos momentos disparé contra los franceses un obús que tenía en el patio, cargado con metralla… y la descarga los desmoralizó, al grado de que abandonaron el patio que ya ocupaban”.
La resistencia, sin embargo, fue inútil. A mediados de mayo de 1863, sin pertrechos ni alimentos para continuar la defensa de la plaza, el general en jefe Jesús González Ortega decidió rendir la ciudad y se entregó como prisionero de guerra junto con todos sus oficiales. Elías Federico Forey –comandante en jefe de las tropas francesas- recibió la rendición y los conminó a firmar un documento por el cual se comprometían a no volver a tomar las armas contra los franceses. Porfirio y otros generales se negaron y por consiguiente se dio la orden de enviarlos a Francia en calidad de prisioneros de guerra. En el trayecto a Veracruz el general Díaz se escapó.
La intervención francesa representó su apoteosis militar. “Aquí comienzan las mil leyendas en que se han mezclado su nombre” –escribiría su compañero de andanzas Justo Benítez. No era para menos, si el rostro político de la resistencia lo encarnaba Benito Juárez, el brazo armado de la legalidad lo sería Porfirio Díaz.
Cuatro años después -batallas, derrotas y victorias de por medio-, Porfirio Díaz regresó a Puebla al frente del Ejército de Oriente; el 2 de abril de 1867, tomó por asalto la ciudad. Fue un triunfo más para la República que se levantaba sobre los franceses y el imperio, y fue también, uno de los últimos laureles militares de Porfirio Díaz a favor de la Patria.
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Fuente:
Díaz, Porfirio, Memorias, México, Offset, 1983.
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