Ya de plano la vida ahí era imposible. Aún y cuando vivían juntos (bajo un "pacto" maldito) la tensión se podía oler. Incluso, tan espeso era el ambiente que se podía cortar con tijeras. Las únicas que disfrutaban el lugar eran las dos perras que él había recogido de la calle; éstas eran felices con un techo y comida ¿Que más podían desear?
Él ya no quería regresar a "casa": el pleito de cada noche no lo dejaba descansar. Temía incluso por su vida.
Un día, él ya no apareció. Nadie lo extrañó. Su desaparición fue acompañada por el aroma de carne cocida que se esparcía en todo el barrio. Poco después, una de las perras llevaba casos en los juzgados; la otra, era buena para reparar computadoras. Y juntas abrieron un blog. Y contaron que su capacidad intelectual se elevó poco después de la carne jugosa que les daba la dueña. Y no extrañaban al otro... a fin de cuentas, tenían techo, comida y trabajo.
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