jueves, 23 de febrero de 2006

La Ciudad de la Eterna Obra Negra

Le decían "El Cuévano" desde tiempos inmemoriables. Lugar harto de minerales fue el lugar ideal para asentar una población cuyos habitantes carecían de orden urbanístico. Cosa válida para un lugar dónde la prosperidad campeaba y de luego, se esfumaba. Por azares del destino fue signada como capital política, aunque su participación en la historia fue limitada. Tal vez fue su designación lo que le daba algo de vida a ese lugar alguna vez olvidado del mapa.

La población no sabía, no conocía o, de plano, desdeñaba lo que era saber vivir, entendido en el sentido de ser responsables con su entorno, de ser responsables con el crecimiento y ordenamiento urbano, y con relación a la prestación de servicios.

La nula homogeneidad de la localidad en cierta medida es parte de lo que ha propiciado su encanto: no es usual ver casas y más casas asentadas en los cerros como cajas sin ordenamiento, apiladas, nomás. Y más andar por los callejones que llegan al absurdo de distanciar una casa de otra por menos de un metro. Las construcciones de casas en los cerros requieren del acarreo de materiales a fuerza de humano, porque ni los animales de carga pueden subir las empinadas cuestas. Si, según lo dicho por populoso presidente, los migrantes hacen labores que ni los negros quieren hacer, los cargadores hacen lo que los animales no pueden. De ahí que los costos de construcción en casas situadas en callejones sean de los más elevados del país.

De alguna manera la adminstración de la localidad ha tratado de forzar la simbiosis entre el lugar y los vehículos, tarea harto complicada que de alguna manera han solucionado con la creación de túneles y más túneles. Sin embargo las políticas o los lineamientos para que tal convivencia sea placentera no ha dado los resultados esperados. De ahí, pues, que haya surgido la brillante idea de construir más y más estacionamientos, lo que hace nula la gratuidad del libre tránsito en vehículo.

Llegué a esta localidad en 1988. Y desde ahí a la fecha no ha pasado un mes, siquiera, en la que no haya obstrucciones en las calles: siempre hay trabajos y más trabajos ya de reparación, ya de remozamiento. Esto ha convertido a la localidad en la Ciudad de la Eterna Obra Negra.

Muchos visitantes se llevan el desagradable sabor del polvo en sus visitas a la localidad. Otros se van con el coraje de una infracción casi imposible de pagar (no por lo elevado del costo, sino porque es imposible para un fuereño saber dónde están las oficinas de la administración, mismas que están ocultas y sólo los elegidos saben su ubicación).

La pésima planeación para la ejecución de obra pública conlleva que sea imposible, siquiera, poder llegar a una cita en el centro. Tal parece que la administración esté empecinada en acabar, de una vez por todas, con la paciencia de los habitantes.

Sin embargo, la ciudad continúa con su vida placentera, siguiendo el ejemplo nacional del no-pasa-nada. Mientras tanto, el eslogan de la ciudad está a punto de ser registrada, para que otras poblaciones no traten de robarse la magnífica idea de romper calles sin hacer uso del sentido común.

 

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