domingo, 15 de abril de 2012

El Planeta Prisión

En ese momento fueron rodeados por una docena de hombres. Vestían uniformes ajustados, color bosta, y tenían ojos al tono. Los ojos parecían cubiertos por un alero semiopaco. Esto se debía a que esos ojos habían visto demasiado y habían creado un escudo protector. O así le pareció a Simón en medio de su intoxicación. A veces un borracho tiene relámpagos de percepción, aunque después no los recuerde.

-¿Qué pasa, oficiales? -preguntó.

-Ustedes dos quedan arrestados.

-¿Acusados de qué? –protestó Chworktap con voz sonora. No los miró. Estaba estimando la distancia hasta la nave. Pero Simón y sus dos mascotas no estaban en condiciones de correr. Por otra parte, el perro y la lechuza ya estaban bajo custodia; otros hombres los colocaban en una jaula con ruedas. Simón no los abandonaría.

-Este hombre está acusado de crueldad con los animales –dijo el jefe-. Usted está acusada de fuga ilegal por su dueño, en Zelpst, y de robo de una aeronave.

Chworktap explotó. Más tarde explicó a Simón que quería llegar hasta la aeronave, por sí sola, y usarla para perseguir a los policías y alejarlos mientras Simón colocaba a las mascotas a bordo. En ese momento no tenía tiempo para explicaciones. Un golpe con el borde de la mano contra una garganta, un puntapié en los testículos, los dedos rígidos que penetraron en una panza blanda de licor y de comida, otro puntapié en las rodillas y un codo en el pescuezo, y Chworktap ya estaba corriendo. El jefe, sin embargo, era un veterano que rara vez perdía la calma. Se apartó de esa zona de furiosa actividad, y cuando Chworktap corría, demasiado rápida para ser alcanzada, extrajo su revólver. Un momento después Chworktap caía con un balazo en la pierna.

Se presentaron acusaciones adicionales. Resistirse al arresto y herir a los oficiales de la ley era un delito serio. Aunque no se había movido durante la pelea ni la fuga, Simón fue acusado como cómplice, antes, durante y después del hecho. No le ayudó en lo más mínimo que él no tuviera la mayor idea de que Chworktap pensara atacar ni de que tampoco la hubiera ayudado. No haber ayudado a los oficiales de la ley equivalía a la ayuda a Chworktap.

Después de que la herida de Chworktap fue atendida, los dos visitantes y sus mascotas fueron llevados a un juzgado nocturno, estuvieron de pie ante un juez durante cuatro minutos y después fueron llevados a un largo paseo. Al final, fueron sacados del camión acolchado, frente a un inmenso edificio. Era de piedra y cemento, con diez pisos de altura y cuatrocientos metros de lado. Se utilizaba para retener a gente que esperaba ser juzgada. Fueron ingresados, se les tomaron impresiones digitales, fueron fotografiados, desnudados, bañados y llevados a un habitación donde se procedió al examen médico. Un médico sondeó además sus anos y la vagina de Chworktap, buscando armas escondidas o drogas. Luego fueron transportados en un ascensor hasta el piso superior, donde los cuatro juntos quedaron en una celda. Era un cuarto de tres metros por seis, con altura poco más de dos metros. Tenía una cama grande y confortable, varias sillas mullidas, una mesa con un jarrón de flores frescas, una nevera en la que había carne fría, pan, mantequilla, cerveza; además había un lavabo, un retrete, un grupo de revistas y de libros, un tocadiscos, algunos discos, una radio, un teléfono.

"No está mal" - pensó Simón cuando la puerta de hierro se cerró detrás de él.

La cama estaba llena de pulgas; las sillas escondían varias familias de ratones; las flores, el alimento y la cerveza eran de plástico; las canillas daban sólo agua helada; el retrete desaguaba mal; las revistas y los libros sólo tenían páginas en blanco; el tocadiscos y la radio eran cajones vacíos; el teléfono solo podía ser usado en casos de emergencia.

-¿Y esto?-protestó Simón a un guardia.

-El Estado no puede pagar por las cosas auténticas –explicó el guardia-. Las falsas están ahí para levantar el ánimo.

La Sociedad local para Prevención de la Crueldad con los Animales había acusado a Simón de convertir en alcohólicos a sus mascotas. El amo de Chworktap en Zelpst estaba procurando conseguir su extradición.

-Puedo ganar fácilmente el caso –opinó Simón- Nunca di a los animales un solo trago. Fueron los parroquianos del bar, esos vagabundos.

-Puedo ganar mi caso en pocos minutos –anunció Chworktap. Parecía satisfecha.

No existía la probabilidad de que fuera declarada inocente en las acusaciones sobre la resistencia a la autoridad y la fuga. Pero Chworktap estaba segura de que podía alegar circunstancias atenuantes y terminar con una condena ligera o en suspenso.

-Si la justicia es tan lenta aquí como en la Tierra –pronosticó Simón-, tendremos que aguantarnos en este agujero durante un mes por lo menos.

En realidad fueron cuarenta años. Habrían sido más si Chworktap y Simón no hubieran sido casos especiales. El atraso en los juzgados se debía básicamente a un motivo. Era una ley que requería que un prisionero estuviera completamente rehabilitado antes de ser puesto en libertad. Un motivo secundario, tan importante como el primero, era el estricto acatamiento a las leyes. En la Tierra, la policía dejaba pasar un montón de cosas por no considerarlas bastante importantes. Arrestar a todo el que escupiera en las aceras o desobedeciera las leyes del tránsito o cometiera adulterio, significaría arrestar a toda la población. No había policía suficiente para ello, y aunque existiera tampoco habría procedido. Habría estado atada con una increíble cantidad de papeleo.

Los goolgeases, en cambio, pensaban de un modo diferente. ¿De qué servía tener leyes si no se aplicaban? ¿Y de qué servía aplicarlas si el acusado terminaba con una ligera sentencia? Por otra parte, para proteger al acusado de sí mismo, a nadie se le permitía declararse culpable. Esto suponía que hasta las violaciones por estacionamiento indebido debían ser debatidas en el juzgado.

Cuando Simón entró en la cárcel, un octavo de la población estaba entre rejas y otro octavo se componía de guardias y administración de la prisión. La policía integraba otro octavo. Los impuestos que respaldaban al departamento de Justicia y a las instituciones penales eran enormes. Lo que era aún peor, una persona podía ir a la cárcel si no podía pagar sus impuestos, y muchos no podían. Cuanto más gente caía presa por no pagar sus impuestos, más grande era el peso sobre los que habían quedado fuera.

-Después de todo, algo hay que decir a favor de la indiferencia hacia la Justicia -opinó Simón.

El sistema económico estaba afectado cuando Simón cayó en custodia. Cuando su juicio se produjo, ya estaba quebrado. Esto se debía a que las empresas mayores habían colocado sus industrias en las prisiones, donde podrían conseguir empleados baratos. Las industrias de la prisión habían financiado las campañas de ambos candidatos a las presidencia, igual que en el Senado, para asegurarse que el sistema continuaría. Este hecho fue después denunciado, y el presidente, los senadores entrantes y los dueños de muchas compañías fueron a la cárcel. Pero el nuevo presidente también estaba cobrando sobornos. Al menos, todos lo creían así.

Entretanto, Simón y Chworktap no se estaban llevando bien. Excepto por una hora de gimnasia en el patio, nunca hablaban con otros. Estar solos en una luna de miel está muy bien para una pareja. Pero si eso se prolonga más de una semana, la pareja comienza a alterarse los nervios. Además, Simón tenía que consolarse con el banjo y esto provocaba que "Anubis" aullara y que la lechuza sufriera de diarrea. Chworktap se quejaba amargamente del lío resultante.

A los tres años, otra pareja fue llevada a vivir con ellos. Esto no se debía a que las autoridades de la prisión tuvieran lástima por su condición y quisieran darles compañía. Las prisiones estaban superpobladas. Durante la primera semana, Simón y Chworktap estuvieron encantados. Tenían alguien con quien hablar y esto ayudaba a su propia relación mutua. Después los otros dos, que discutían mucho entre sí, les atacaron los nervios. Además, Sinwang y Cooprut podían hablar solo de deportes, caza, pesca y las nuevas modas. Y Sinwang podía aguantar la cercanía de un perro tanto como Chworktap podía tolerar la de un pájaro.

A los cinco años, otra familia se mudó también allí. Esto alivió las tensiones por un tiempo, aunque las condiciones ambientales fueron de mayor estrechez. Los recién llegados eran un hombre, su esposa y tres hijos, de ocho, cinco y un año de edad. Tanto Boodmed como Shasha eran profesores universitarios y así podían ser gente interesante con quienes conversar. Pero Boodmed era instructor en electrónica y sólo se interesaba en la ingeniería y en el sexo. Shasha era médico. Igual que su marido, solo se interesaba en su profesión y en el sexo, y no leía nada excepto revistas médicas y el equivalente en Goolgeas del Reader’s Digest. Sus hijos carecían de casi toda disciplina, lo que irritaba a todos. Asimismo, la convivencia interfería con la vida sexual de todos.

Era un lío.

El día del juicio de Simón llegó al final del quinto año en prisión. Se suponía que Chworktap debía haber sido juzgada el mismo día. Pero un empleado del juzgado había cometido un error en los expedientes, así que su juicio no llegó hasta un año después.

Bamhegruu, el fiscal viejo y amargado, pero brillante, formuló las acusaciones. El terrestre había permitido que sus mascotas se alcoholizaran, aunque sabía que se trataba de animales tontos que no podían protegerse a sí mismos. Era culpable de crueldad cómplice y debía sufrir todo el peso de la Ley.

El abogado de Simón era el joven y brillante Repnosymar. Presentó la defensa de Simón, ya que a Simón mismo no se le permitía decir una sola palabra. La ley decía que un acusado no podía atestiguar personalmente. Estaba demasiado involucrado para ser un testigo confiable, y mentiría para salvar su pescuezo.

Repnosymar formuló un discurso largo, ingenioso, lacrimógeno y apasionado. Podía, empero, haber sido reducido a tres frases y probablemente debió serlo. Hasta Simón mismo se encontró cabeceando a ratos.

Esta fue su síntesis: Los animales, y hasta ciertas máquinas, tienen un grado de libre voluntad. Su cliente, el Vagabundo del Espacio, creía firmemente en no interferir con la libre voluntad. Así que había permitido que otros ofrecieran bebidas a sus animales, que éstos podían aceptar o rechazar. Por otro lado, los animales domésticos se aburren la mayor parte del tiempo. De otra manera, ¿por qué dormirían tanto cuando nada ocurre? Simón había permitido que sus mascotas fueran anestesiadas con alcohol para que pudiesen dormir más y escapar del aburrimiento. Y debe admitirse que cuando los animales bebían parecían muy entretenidos.

Cualesquiera que fueran los buenos efectos que pudo tener el discurso, se disolvieron inmediatamente. Antes de que Repnosymar pudiera hacer su resumen, fue arrestado. Una investigación había establecido que él y su detective privado, Laudpeark, habían utilizado medios ilegales para sacar a sus clientes de apuros. Eso incluía entrada con rotura, violación de cajas fuertes, intimidación, soborno, control de conversaciones telefónicas, secuestro y mentiras.

Personalmente, Simón pensó que todo eso podía haber sido dejado de lado. Los defendidos de Repnosymar habían sido inocentes. Hubieran sido condenados si su abogado no hubiera recurrido a medidas desesperadas. Desde luego, a la larga habían sido encarcelados de todos modos. Pero eso ocurrió bajo otras circunstancias, como estacionamiento por plazos indebidos, robo en tiendas y conducir coches en estado de embriaguez.

El juez Ffresyj designó a un joven recién salido de la facultad de Derecho para continuar la defensa de Simón. El joven Radsieg formuló un discurso largo y apasionado que mantuvo despierto hasta al juez y que estableció su reputación como abogado prometedor. Al final, el jurado le dedicó una ovación, poniéndose de pie, y el fiscal trató de contratarlo para su equipo. El jurado se retiró por diez minutos y luego entregó su veredicto.

Simón quedó estupefacto. Fue condenado a prisión perpetua por ambas acusaciones, debiendo cumplir consecutivamente ambas condenas.

-Creí que ganaríamos –murmuró a Radsieg.

-Obtuvimos una victoria moral, y eso es lo que cuenta –replicó Radsieg-. Todos simpatizan con Usted, pero obviamente Usted es culpable, así que el jurado tenía que pronunciar el único veredicto posible. Pero no se preocupe. Confío en que esta caso derive en que la ley sea cambiada. Estoy apelando a un tribunal superior, y confío que allí se declaren inconstitucionales las leyes por las que Usted fue juzgado.

-¿Cuánto tiempo llevará eso? –preguntó Simón.

-Unos treinta años –contestó Radsieg triunfalmente.

Simón pegó a Radsieg un golpe en la nariz, así que fue acusado de riñas y disputas con intención criminal. Después de limpiarse la sangre, Radsieg le dijo que no se preocupara. Lo sacaría libre también de esa acusación.

Como debía ser juzgado por la nueva acusación, Simón volvió a la custodia en lugar de ser enviado a una institución penal.

-Si estoy condenado de por vida, tendré que pasarme por lo menos diez mil años en la cárcel –comentó Simón a Chworktap-. Yo diría que es un proyecto un poco aburrido, ¿verdad?

-Una sentencia perpetua no significa nada –contestó Chworktap-. Si eres rehabilitado, quedarás libre.

Eso no daba mucha esperanza a Simón. Era cierto que grandes sumas de dinero habían sido designadas para construir muchos colegios en los que se prepararía a los rehabilitadores. Pero el presidente se negaba a gastarlas. Aducía que utilizarlas redundaría en inflación. Por otra parte, el dinero era necesario para contratar a más policías y construir más prisiones.

Simón pidió una agenda de rehabilitación. Cuando encontró su nombre en la lista, se vino abajo su ánimo generalmente jovial. Pasarían veinte años antes de que pudiera entrar en esa terapia.

Entre tanto, habían empeorado los asuntos en la celda de Simón. Shasha descubrió a su marido Boodmed junto a Sinwang, una mañana temprano bajo la cama de Simón. Tanto Chworktap como Simón conocían esa relación desde tiempo antes, ya que el ruido los mantenía despiertos. Ninguno de ambos había dicho nada, excepto pedir a la pareja que no hiciera tanto ruido. No querían provocar líos. El resultado es que Shasha perdonó a Boodmed y a Sinwang, pero atacó físicamente a Simón y a Chworktap. Parecía pensar que el engaño mayor había sido el que no le informaran sobre el romance.

Los guardias entraron y arrestaron afuera a la castigada y ensangrentada Shasha. Simón había huido de ella, pero Chworktap le había aplicado su karate. Estaba llena de hostilidad hacia Simón, pero, como sucede a menudo, había liberado sus sentimientos sobre un objetivo secundario.

Simón y Chworktap fueron acusados de riñas y disputas con intención criminal. Simón levantó las manos cuando se enteró de esto.

-Es la segunda vez que no he hecho otra cosa que evitar la violencia y sin embargo he sido acusado como cómplice. Si hubiera intentado separarte de Shasha, habría sido acusado de atacarte.

-Los goolgeases están muy preocupados con la supresión de la violencia –dijo ella, como si eso justificara todo.

El juicio de Chworktap fue tan ampliamente publicitado como el de Simón. Este lo leyó en el periódico.

Radsieg, preparado por Chworktap, formuló una brillante defensa.

-Su Señoría, damas y caballeros del jurado. Debido a la nueva ley aprobada para acelerar los juicios y aliviar el atraso existente, la defensa y el fiscal sólo disponen de un máximo de tres minutos para presentar ponencias.

El juez Ffresyj, teniendo en la mano un cronómetro, anunció:

-Le quedan dos minutos.

-La defensa de mi cliente, dicha simple, pero completamente, es ésta. La ley de Goolgeas relativa a la extradición de extranjeros a sus planetas naturales, habla solamente de él y ella. Mi cliente es un robot y por lo tanto un ello. Por otra parte, la ley establece que ese extranjero debe ser enviado a su planeta nativo. Mi cliente fue hecha, pero no nacida, en el planeta Zelpst. Por tanto, carece de un planeta nativo.

Todos se quedaron estupefactos. El viejo zorro del fiscal Bamhegruu, sin embargo, saltó rápidamente.

-¡Su Señoría! Si Chworktap es un ello, ¿por qué mi distinguido colega la menciona como ella?

-Eso es muy obvio –replicó Radsieg.

-Ese es mi punto –continuó Bamhegruu-. Incluso si ella es un a máquina, ha sido equipada con un sexo. En otras palabras, ha sido convertida de un ello a una ella. Y ese aparato sexual no es puramente mecánico. Puedo presentar testigos que declararán que disfruta del sexo. ¿Puede una máquina disfrutar del sexo?

-Si ha sido equipada al efecto, si –replicó Radsieg.

El juez se dio cuenta repentinamente de que había olvidado controlar el cronómetro.

-Este caso ha entrado en una nueva fase –declaró-. Requiere estudio. Dictamino un receso por tiempo indefinido. Traigan a la acusada a mi despacho, donde podré estudiarla con detalle.

Cuando Chworktap fue reintegrada a la celda, Simón le preguntó:

-¿Qué ocurrió entre el juez y tú?

-¿Qué piensas?

-Todos contestan mis preguntas con otras preguntas.

-Algo debo decir de él –agregó Chworktap-. Ciertamente es un anciano vigoroso.

Antes de ser llevada, había murmurado algunas palabras en el oído de Bamhegruu. Al día siguiente, el juez fue arrestado. La acusación fue "mecanicidad", o sea, copulación con una máquina. Ffresyj contrató a Radsieg para que lo defendiera, y el brillante abogado sostuvo que su defendido no podría ser condenado hasta que no se probara que Chworktap era una máquina. La Corte Suprema de Goolgeas ingresó ese tema a estudio. Entretanto, a Ffresyj se le negó la fianza porque también había sido acusado de adulterio. Radsieg utilizó la misma ponencia anterior. Si Chworktap era una máquina, ¿cómo el juez podía haber cometido adulterio? La ley establecía claramente que el adulterio era la fornicación entre dos adultos que no estuvieran casados entre sí.

La Corte Suprema estudió también este caso.

Entretanto, Radsieg y Bamhegruu fueron arrestados por varias acusaciones. Fueron puestos en la misma celda que el juez, y los tres se entretenían haciendo procesos de juguete. Parecían muy felices, lo que condujo a Simón a concluir que los abogados estaban interesados en el proceso y no en la finalidad de la ley.

Mientras Chworktap estaba esperando las decisiones de la Corte Suprema, fue condenada por resistencia al arresto, riñas, disputas y fuga ilegal.

Pasaron veinte años. Los casos de Simón y Chworktap estaban aún pendientes porque los jueces de la Corte Suprema estaban cumpliendo largas condenas, mientras los jueces nuevos estaban atrasados con su trabajo.

Al cabo de treinta años, la situación fue la que Chworktap había previsto y que todos pudieron ver como inevitable, aunque después de ocurrida. Toda la población, con la sola excepción del presidente, estaba en la cárcel. Nadie había sido rehabilitado porque los rehabilitadores habían sido arrestados. Aparte de que todos menos uno habían perdido su ciudadanía, la sociedad operaba con eficacia. De hecho, la situación económica era mejor que nunca. Aunque la comida era simple y no abundaba, nadie se moría de hambre. Los comisarios encargados de las granjas estaban produciendo suficientes cosechas. Los guardias, que también eran comisarios, lo mantenían todo bajo control. Las fábricas, integradas por mano de obra barata y administradas por otros comisarios, producían ropa chillona, pero adecuada. En una palabra, nadie se estaba aprovechando del país, pero nadie estaba sufriendo mucho. El objetivo era compartir, y compartir en forma homogénea, ya que todos los prisioneros eran iguales ante la ley.

-Está todo muy bien- señaló Simón a Chworktap-. ¿Pero cómo salimos de aquí?

-He estudiado los libros jurídicos en la biblioteca- contestó ella-. Los abogados que redactaron la ley son un poco verborreícos, como era de esperar. Pero que tendieran a utilizar un lenguaje demasiado rico en lugar de formular dictámenes claros es algo que nos permitirá salir. La ley dice que una prisión perpetua debe durar "el lapso natural de vitalidad" del condenado. La definición de "lapso natural" se ajusta al caso extremo de longevidad que se haya vivido en el planeta. La persona más anciana que haya vivido en  Goolgeas alcanzó los ciento cincuenta y seis años. Todo lo que tenemos que hacer es superar eso.

Simón gruñó, pero no perdió la esperanza. Cuando llegó a estar en la cárcel ciento treinta años, apeló al Guardia Mayor para que su caso fuera reconsiderado. El funcionario, que era un descendiente del original, aceptó la apelación. Simón se presentó ante la Corte Suprema, todos ellos comisarios o descendientes de comisarios, y estableció su caso. Su "lapso natural de vitalidad" dijo, ya había pasado. El era un terrestre y debía ser juzgado con el estándar de los terrestres. En su planeta, nadie había vivido más de ciento treinta años, y podía probarlo.

El magistrado envió un par de comisarios hasta el campo de aterrizaje para conseguir la Enciclopedia Terrícola en el Hwang Ho. Tuvieron grandes dificultades para encontrar la nave. Los viajes interplanetarios habían sido prohibidos cien años antes. En ese tiempo, el polvo se había juntado al lado y encima de las naves, y la hierba había crecido en las colinas. Después de hacer excavaciones durante un mes, el grupo encontró el Hwang Ho, entró allí y volvió con el libro necesario.

Llevó cuatro años a los jueces aprender a leer chino para determinar que Simón no estaba mintiendo. En un cálido día de primavera, Simón, con un traje nuevo y diez dólares en el bolsillo, fue liberado. Con él estaban "Anubis" y "Atenea", pero Chworktap estaba aún encerrada. No había podido probar que ella tuviera ningún "lapso natural de vitalidad".

-Los robots no mueren de viejos- explicó ella-. Sólo se desgastan.

No estaba preocupada. Ese día, Simón lanzó la nave espacial contra la muralla del edificio donde ella estaba presa, y Chworktap ascendió hasta la escotilla.

-¡Huyamos de este planeta asqueroso!- exclamó.

-¡Cuánto antes mejor!- añadió Simón.

Ambos se hablaban por un lado de la boca, como suelen hacerlo los veteranos de la cárcel. Pasaría algún tiempo antes de que perdieran esa costumbre...

Tomado de Ciencia Ficción – Selección 31. Colección Bruguera Libro Amigo número 523.
Título de la narración: Venus en la concha, por Kilgore Trout, pp. 131 y siguientes.
© Editorial Bruguera, 1ª edición: julio 1977.
ISBN 84-02-05218-5



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