domingo, 29 de abril de 2012

Porfirio Díaz: Héroe de la República


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El asalto a Puebla

El destino lo llevó tres veces a empuñar las armas en la ciudad de Puebla. El 5 de mayo de 1862, los franceses se presentaron frente a la ciudad de los ángeles y fueron rechazados en repetidas ocasiones por el ejército mexicano al mando de Ignacio Zaragoza. Fue la primera vez que Porfirio Díaz enfrentó a los monsieurs. Nadie esperaba el triunfo sobre el llamado “primer ejército del mundo”. Ni siquiera Porfirio, quien años después escribiría en sus Memorias: “Esta victoria fue tan inesperada que nos sorprendimos verdaderamente con ella, y pareciéndome a mí que era un sueño, salí en la noche al campo para rectificar la verdad de los hechos con las conversaciones que los soldados tenían alrededor”.

Un año después, con cerca de 28 mil hombres, los franceses regresaron a Puebla y el 16 de marzo pusieron sitio a la ciudad. Durante más de sesenta días el ejército mexicano defendió con valor cada bastión, cada edificio y cada calle poblana. El general Díaz, nuevamente en Puebla, parecía multiplicarse durante el sitio. Asistía a sus compañeros de armas, rechazaba al enemigo, avanzaba sobre alguna posición, se retiraba y volvía a la carga. Cada jornada presentaba un acto de valentía. “Hubo un instante solemne en que el ímpetu de la carga de los franceses en el patio de la casa desmoralizó a mis soldados… en esos momentos disparé contra los franceses un obús que tenía en el patio, cargado con metralla… y la descarga los desmoralizó, al grado de que abandonaron el patio que ya ocupaban”.

La resistencia, sin embargo, fue inútil. A mediados de mayo de 1863, sin pertrechos ni alimentos para continuar la defensa de la plaza, el general en jefe Jesús González Ortega decidió rendir la ciudad y se entregó como prisionero de guerra junto con todos sus oficiales. Elías Federico Forey –comandante en jefe de las tropas francesas- recibió la rendición y los conminó a firmar un documento por el cual se comprometían a no volver a tomar las armas contra los franceses. Porfirio y otros generales se negaron y por consiguiente se dio la orden de enviarlos a Francia en calidad de prisioneros de guerra. En el trayecto a Veracruz el general Díaz se escapó.

La intervención francesa representó su apoteosis militar. “Aquí comienzan las mil leyendas en que se han mezclado su nombre” –escribiría su compañero de andanzas Justo Benítez. No era para menos, si el rostro político de la resistencia lo encarnaba Benito Juárez, el brazo armado de la legalidad lo sería Porfirio Díaz.

Cuatro años después -batallas, derrotas y victorias de por medio-, Porfirio Díaz regresó a Puebla al frente del Ejército de Oriente; el 2 de abril de 1867, tomó por asalto la ciudad. Fue un triunfo más para la República que se levantaba sobre los franceses y el imperio, y fue también, uno de los últimos laureles militares de Porfirio Díaz a favor de la Patria.

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Fuente:
Díaz, Porfirio, Memorias, México, Offset, 1983.


El twitter de Ignacio Zaragoza


La batalla de Puebla, transmisión en vivo

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La transmisión de la batalla fue prácticamente en vivo. La recién inaugurada línea telegráfica Puebla-México sirvió de vehículo de información para los habitantes de la capital que se reunieron en torno al Palacio Nacional en espera de buenas noticias. La República se estaba jugando su futuro en Puebla y la independencia corría el riesgo de ser mancillada por las bayonetas francesas.

El telégrafo comenzó a moverse desde muy temprano del 5 de mayo de 1862. El primer mensaje fue de Zaragoza: “En este momento que son las nueve y media de la mañana, tengo a la vista la vanguardia del ejército invasor y tengo formado mi campo a suburbios de la ciudad”. Una hora y quince minutos después, el aparato registró nuevamente los rápidos movimientos que se traducían en palabras: “El enemigo está acampado a tres cuartos de la Garita de esta ciudad. El cuerpo de ejército listo para atacar y resistir”.

El presidente Juárez era el primero en recibir cada mensaje y acto seguido se daba a conocer a los ciudadanos. A las 12 y 28 minutos del día, Zaragoza anunció el inicio de las hostilidades: “Son las 12 del día y se ha roto el fuego de cañón por ambas partes”.

La suerte estaba echada. Angustioso debió ser para el gobierno el tiempo de espera entre un telegrama y otro. Nadie daba un quinto por el ejército mexicano y mucho menos teniendo como enemigo a las tropas más poderosas del mundo. Con cada nuevo movimiento del telégrafo todos pensaban lo peor.

A las 2 y 30 minutos llegó otro parte militar. “Los zuavos se han dispersado y nuestra caballería trata de cortarlos en este momento”. Pasadas las 5 de la tarde se recibió una nueva información que con cierta incredulidad, permitió al presidente y a sus ministros abrigar la esperanza en el triunfo: “Dos horas y media nos hemos batido. El enemigo ha arrojado multitud de granadas. Sus columnas sobre el cerro de Loreto y Guadalupe han sido rechazadas y seguramente atacó con cuatro mil hombres. En este momento se retiran las columnas y nuestras fuerzas avanzan sobre ellas. Comienza un fuerte aguacero”.

Nadie daba crédito a lo que estaba sucediendo, México parecía alzarse con la victoria –sorprendente- sobre los franceses. A las 5 y 49 minutos se recibió el mensaje definitivo cuyas palabras alcanzarían la inmortalidad: “Las armas nacionales se han cubierto de gloria”. El sol de mayo había iluminado los campos de Puebla.

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Fuente:
Luis L. Tamayo, Benito Juárez. Documentos, discursos y correspondencia, México, Secretaría del Patrimonio Nacional, 1972.


miércoles, 18 de abril de 2012

Observar antes de amar.


Ama, pero no dejes que te humillen. Entrégate, pero que no abusen de ti.

A estas alturas del partido, nadie es novato, pues ya estamos correteados y bien usados, con cargas emocionales y con esperanzas en la bolsa. La necesidad de sentir compañía es lo que nos hace sentir humanos. Satisfacer esa necesidad nos puede hacer completos.

Precisamente esa necesidad no satisfecha es lo que orilla a fallar porque se tiende al enamoramiento "instanáneo". Y el temor de "perder" a la pretensa nos hace asumir actitudes equivocadas.

Enamorarse no implica echar lágrima, moco y baba por alguien. Sino saber observar. Tan solo eso, observar.

La urgencia de tener a alguien  hace que uno se engolosine, impidiendo ver desde lejos a la pretensa, ser observador  de sus actitudes. Porque cuando alguien quiere tener una pareja siempre se pone el disfraz de buena gente, exhibiendo solamente su lado amable por días, meses o años. Si se deja ver el interés desde un principio, ya falló, porque siempre nos mostrarán lo que uno quiere ver.

También se debe ser muy cuidadoso con las palabras, porque nomás decimos "mi vida" y ya hasta casa y pensión piden, o luego llegan a hostigar feo.

Es correcto, entonces, observar a la chica que me gusta: verla en su trabajo, cómo es con su familia, con sus amigos, para tener una mejor idea de cómo será cuando este conmigo. 

Yo en lo personal, nunca me describo como alguien excelente, porque alabanza en boca propia es vituperio. Pero siempre advierto qué es lo que tengo de malo; cuando pongo en la mesa mis defectos lo peor que puede pasar es que la pretensa se aleje y ya. Y no pasa nada, el mundo no se acaba. Si a uno lo aceptan, es en paquete completo, nada a medias.

¿Cuál es el miedo? Nadie es monedita de oro o una perita en dulce, pero a veces manifestar los errores y defectos, causa la huída. Y lo peor: sin dar oportunidad de que uno se disculpe.

A veces no preguntar del pasado o cómo fue, limita el conocimiento de la persona. Siempre es necesario hablar del pasado para aprender y conocer, pero no de modo tal que implique un estancamiento. Ser paño de lágrimas y escuchar la misma historia una y otra vez, también cansa.

Una persona que reconoce sus defectos es mas valiosa que una que pasa la vida haciendo brillar sus cualidades.

Un ejemplo de la falta de observación, es que siempre se tiende a buscar personas que tienen un denominador común. Por ejemplo, cuando de varias relaciones resulta que las pretensas son de padres divorciados, de familias poco funcionales, o que provienen de divorcios previos o de matrimonios fallados. Como que quieren ver en uno al papá que les faltó, o al marido que querían tener.

Así, sus historias de abandono las hago propias, porque son similares a la mía, por empatía... Basar en eso una relación, tales puntos se fortalecen y se olvidan cosas más importantes como el carácter de la persona, que es lo que se termina por no soportar.

Se puede tener en claro lo que debe ser una mujer con perfil para compañera de toda la vida; lo que se hace son malas elecciones. Mientras más se busca menos se encuentra.

Algo que es insostenible, es alguien que no sepa agradecer el esfuerzo que se hace. No son bienvenidas las personas mandonas ni exigentes ni desagradecidas:

Que tiendan a exigir (resultados, cosas); que sea poco cooperativa, y que sea incapaz de apoyar o de brindar soluciones. Una persona así (en cualquier relación, la que sea) es tan útil como una verruga en la nariz.

Hay que tomarse el tiempo necesario para observar, no a una sola persona, sino en el entorno. Quizá hallemos a esa persona que nos ayudará a evolucionar y con quien podamos caminar por muchos años.


domingo, 15 de abril de 2012

El Planeta Prisión

En ese momento fueron rodeados por una docena de hombres. Vestían uniformes ajustados, color bosta, y tenían ojos al tono. Los ojos parecían cubiertos por un alero semiopaco. Esto se debía a que esos ojos habían visto demasiado y habían creado un escudo protector. O así le pareció a Simón en medio de su intoxicación. A veces un borracho tiene relámpagos de percepción, aunque después no los recuerde.

-¿Qué pasa, oficiales? -preguntó.

-Ustedes dos quedan arrestados.

-¿Acusados de qué? –protestó Chworktap con voz sonora. No los miró. Estaba estimando la distancia hasta la nave. Pero Simón y sus dos mascotas no estaban en condiciones de correr. Por otra parte, el perro y la lechuza ya estaban bajo custodia; otros hombres los colocaban en una jaula con ruedas. Simón no los abandonaría.

-Este hombre está acusado de crueldad con los animales –dijo el jefe-. Usted está acusada de fuga ilegal por su dueño, en Zelpst, y de robo de una aeronave.

Chworktap explotó. Más tarde explicó a Simón que quería llegar hasta la aeronave, por sí sola, y usarla para perseguir a los policías y alejarlos mientras Simón colocaba a las mascotas a bordo. En ese momento no tenía tiempo para explicaciones. Un golpe con el borde de la mano contra una garganta, un puntapié en los testículos, los dedos rígidos que penetraron en una panza blanda de licor y de comida, otro puntapié en las rodillas y un codo en el pescuezo, y Chworktap ya estaba corriendo. El jefe, sin embargo, era un veterano que rara vez perdía la calma. Se apartó de esa zona de furiosa actividad, y cuando Chworktap corría, demasiado rápida para ser alcanzada, extrajo su revólver. Un momento después Chworktap caía con un balazo en la pierna.

Se presentaron acusaciones adicionales. Resistirse al arresto y herir a los oficiales de la ley era un delito serio. Aunque no se había movido durante la pelea ni la fuga, Simón fue acusado como cómplice, antes, durante y después del hecho. No le ayudó en lo más mínimo que él no tuviera la mayor idea de que Chworktap pensara atacar ni de que tampoco la hubiera ayudado. No haber ayudado a los oficiales de la ley equivalía a la ayuda a Chworktap.

Después de que la herida de Chworktap fue atendida, los dos visitantes y sus mascotas fueron llevados a un juzgado nocturno, estuvieron de pie ante un juez durante cuatro minutos y después fueron llevados a un largo paseo. Al final, fueron sacados del camión acolchado, frente a un inmenso edificio. Era de piedra y cemento, con diez pisos de altura y cuatrocientos metros de lado. Se utilizaba para retener a gente que esperaba ser juzgada. Fueron ingresados, se les tomaron impresiones digitales, fueron fotografiados, desnudados, bañados y llevados a un habitación donde se procedió al examen médico. Un médico sondeó además sus anos y la vagina de Chworktap, buscando armas escondidas o drogas. Luego fueron transportados en un ascensor hasta el piso superior, donde los cuatro juntos quedaron en una celda. Era un cuarto de tres metros por seis, con altura poco más de dos metros. Tenía una cama grande y confortable, varias sillas mullidas, una mesa con un jarrón de flores frescas, una nevera en la que había carne fría, pan, mantequilla, cerveza; además había un lavabo, un retrete, un grupo de revistas y de libros, un tocadiscos, algunos discos, una radio, un teléfono.

"No está mal" - pensó Simón cuando la puerta de hierro se cerró detrás de él.

La cama estaba llena de pulgas; las sillas escondían varias familias de ratones; las flores, el alimento y la cerveza eran de plástico; las canillas daban sólo agua helada; el retrete desaguaba mal; las revistas y los libros sólo tenían páginas en blanco; el tocadiscos y la radio eran cajones vacíos; el teléfono solo podía ser usado en casos de emergencia.

-¿Y esto?-protestó Simón a un guardia.

-El Estado no puede pagar por las cosas auténticas –explicó el guardia-. Las falsas están ahí para levantar el ánimo.

La Sociedad local para Prevención de la Crueldad con los Animales había acusado a Simón de convertir en alcohólicos a sus mascotas. El amo de Chworktap en Zelpst estaba procurando conseguir su extradición.

-Puedo ganar fácilmente el caso –opinó Simón- Nunca di a los animales un solo trago. Fueron los parroquianos del bar, esos vagabundos.

-Puedo ganar mi caso en pocos minutos –anunció Chworktap. Parecía satisfecha.

No existía la probabilidad de que fuera declarada inocente en las acusaciones sobre la resistencia a la autoridad y la fuga. Pero Chworktap estaba segura de que podía alegar circunstancias atenuantes y terminar con una condena ligera o en suspenso.

-Si la justicia es tan lenta aquí como en la Tierra –pronosticó Simón-, tendremos que aguantarnos en este agujero durante un mes por lo menos.

En realidad fueron cuarenta años. Habrían sido más si Chworktap y Simón no hubieran sido casos especiales. El atraso en los juzgados se debía básicamente a un motivo. Era una ley que requería que un prisionero estuviera completamente rehabilitado antes de ser puesto en libertad. Un motivo secundario, tan importante como el primero, era el estricto acatamiento a las leyes. En la Tierra, la policía dejaba pasar un montón de cosas por no considerarlas bastante importantes. Arrestar a todo el que escupiera en las aceras o desobedeciera las leyes del tránsito o cometiera adulterio, significaría arrestar a toda la población. No había policía suficiente para ello, y aunque existiera tampoco habría procedido. Habría estado atada con una increíble cantidad de papeleo.

Los goolgeases, en cambio, pensaban de un modo diferente. ¿De qué servía tener leyes si no se aplicaban? ¿Y de qué servía aplicarlas si el acusado terminaba con una ligera sentencia? Por otra parte, para proteger al acusado de sí mismo, a nadie se le permitía declararse culpable. Esto suponía que hasta las violaciones por estacionamiento indebido debían ser debatidas en el juzgado.

Cuando Simón entró en la cárcel, un octavo de la población estaba entre rejas y otro octavo se componía de guardias y administración de la prisión. La policía integraba otro octavo. Los impuestos que respaldaban al departamento de Justicia y a las instituciones penales eran enormes. Lo que era aún peor, una persona podía ir a la cárcel si no podía pagar sus impuestos, y muchos no podían. Cuanto más gente caía presa por no pagar sus impuestos, más grande era el peso sobre los que habían quedado fuera.

-Después de todo, algo hay que decir a favor de la indiferencia hacia la Justicia -opinó Simón.

El sistema económico estaba afectado cuando Simón cayó en custodia. Cuando su juicio se produjo, ya estaba quebrado. Esto se debía a que las empresas mayores habían colocado sus industrias en las prisiones, donde podrían conseguir empleados baratos. Las industrias de la prisión habían financiado las campañas de ambos candidatos a las presidencia, igual que en el Senado, para asegurarse que el sistema continuaría. Este hecho fue después denunciado, y el presidente, los senadores entrantes y los dueños de muchas compañías fueron a la cárcel. Pero el nuevo presidente también estaba cobrando sobornos. Al menos, todos lo creían así.

Entretanto, Simón y Chworktap no se estaban llevando bien. Excepto por una hora de gimnasia en el patio, nunca hablaban con otros. Estar solos en una luna de miel está muy bien para una pareja. Pero si eso se prolonga más de una semana, la pareja comienza a alterarse los nervios. Además, Simón tenía que consolarse con el banjo y esto provocaba que "Anubis" aullara y que la lechuza sufriera de diarrea. Chworktap se quejaba amargamente del lío resultante.

A los tres años, otra pareja fue llevada a vivir con ellos. Esto no se debía a que las autoridades de la prisión tuvieran lástima por su condición y quisieran darles compañía. Las prisiones estaban superpobladas. Durante la primera semana, Simón y Chworktap estuvieron encantados. Tenían alguien con quien hablar y esto ayudaba a su propia relación mutua. Después los otros dos, que discutían mucho entre sí, les atacaron los nervios. Además, Sinwang y Cooprut podían hablar solo de deportes, caza, pesca y las nuevas modas. Y Sinwang podía aguantar la cercanía de un perro tanto como Chworktap podía tolerar la de un pájaro.

A los cinco años, otra familia se mudó también allí. Esto alivió las tensiones por un tiempo, aunque las condiciones ambientales fueron de mayor estrechez. Los recién llegados eran un hombre, su esposa y tres hijos, de ocho, cinco y un año de edad. Tanto Boodmed como Shasha eran profesores universitarios y así podían ser gente interesante con quienes conversar. Pero Boodmed era instructor en electrónica y sólo se interesaba en la ingeniería y en el sexo. Shasha era médico. Igual que su marido, solo se interesaba en su profesión y en el sexo, y no leía nada excepto revistas médicas y el equivalente en Goolgeas del Reader’s Digest. Sus hijos carecían de casi toda disciplina, lo que irritaba a todos. Asimismo, la convivencia interfería con la vida sexual de todos.

Era un lío.

El día del juicio de Simón llegó al final del quinto año en prisión. Se suponía que Chworktap debía haber sido juzgada el mismo día. Pero un empleado del juzgado había cometido un error en los expedientes, así que su juicio no llegó hasta un año después.

Bamhegruu, el fiscal viejo y amargado, pero brillante, formuló las acusaciones. El terrestre había permitido que sus mascotas se alcoholizaran, aunque sabía que se trataba de animales tontos que no podían protegerse a sí mismos. Era culpable de crueldad cómplice y debía sufrir todo el peso de la Ley.

El abogado de Simón era el joven y brillante Repnosymar. Presentó la defensa de Simón, ya que a Simón mismo no se le permitía decir una sola palabra. La ley decía que un acusado no podía atestiguar personalmente. Estaba demasiado involucrado para ser un testigo confiable, y mentiría para salvar su pescuezo.

Repnosymar formuló un discurso largo, ingenioso, lacrimógeno y apasionado. Podía, empero, haber sido reducido a tres frases y probablemente debió serlo. Hasta Simón mismo se encontró cabeceando a ratos.

Esta fue su síntesis: Los animales, y hasta ciertas máquinas, tienen un grado de libre voluntad. Su cliente, el Vagabundo del Espacio, creía firmemente en no interferir con la libre voluntad. Así que había permitido que otros ofrecieran bebidas a sus animales, que éstos podían aceptar o rechazar. Por otro lado, los animales domésticos se aburren la mayor parte del tiempo. De otra manera, ¿por qué dormirían tanto cuando nada ocurre? Simón había permitido que sus mascotas fueran anestesiadas con alcohol para que pudiesen dormir más y escapar del aburrimiento. Y debe admitirse que cuando los animales bebían parecían muy entretenidos.

Cualesquiera que fueran los buenos efectos que pudo tener el discurso, se disolvieron inmediatamente. Antes de que Repnosymar pudiera hacer su resumen, fue arrestado. Una investigación había establecido que él y su detective privado, Laudpeark, habían utilizado medios ilegales para sacar a sus clientes de apuros. Eso incluía entrada con rotura, violación de cajas fuertes, intimidación, soborno, control de conversaciones telefónicas, secuestro y mentiras.

Personalmente, Simón pensó que todo eso podía haber sido dejado de lado. Los defendidos de Repnosymar habían sido inocentes. Hubieran sido condenados si su abogado no hubiera recurrido a medidas desesperadas. Desde luego, a la larga habían sido encarcelados de todos modos. Pero eso ocurrió bajo otras circunstancias, como estacionamiento por plazos indebidos, robo en tiendas y conducir coches en estado de embriaguez.

El juez Ffresyj designó a un joven recién salido de la facultad de Derecho para continuar la defensa de Simón. El joven Radsieg formuló un discurso largo y apasionado que mantuvo despierto hasta al juez y que estableció su reputación como abogado prometedor. Al final, el jurado le dedicó una ovación, poniéndose de pie, y el fiscal trató de contratarlo para su equipo. El jurado se retiró por diez minutos y luego entregó su veredicto.

Simón quedó estupefacto. Fue condenado a prisión perpetua por ambas acusaciones, debiendo cumplir consecutivamente ambas condenas.

-Creí que ganaríamos –murmuró a Radsieg.

-Obtuvimos una victoria moral, y eso es lo que cuenta –replicó Radsieg-. Todos simpatizan con Usted, pero obviamente Usted es culpable, así que el jurado tenía que pronunciar el único veredicto posible. Pero no se preocupe. Confío en que esta caso derive en que la ley sea cambiada. Estoy apelando a un tribunal superior, y confío que allí se declaren inconstitucionales las leyes por las que Usted fue juzgado.

-¿Cuánto tiempo llevará eso? –preguntó Simón.

-Unos treinta años –contestó Radsieg triunfalmente.

Simón pegó a Radsieg un golpe en la nariz, así que fue acusado de riñas y disputas con intención criminal. Después de limpiarse la sangre, Radsieg le dijo que no se preocupara. Lo sacaría libre también de esa acusación.

Como debía ser juzgado por la nueva acusación, Simón volvió a la custodia en lugar de ser enviado a una institución penal.

-Si estoy condenado de por vida, tendré que pasarme por lo menos diez mil años en la cárcel –comentó Simón a Chworktap-. Yo diría que es un proyecto un poco aburrido, ¿verdad?

-Una sentencia perpetua no significa nada –contestó Chworktap-. Si eres rehabilitado, quedarás libre.

Eso no daba mucha esperanza a Simón. Era cierto que grandes sumas de dinero habían sido designadas para construir muchos colegios en los que se prepararía a los rehabilitadores. Pero el presidente se negaba a gastarlas. Aducía que utilizarlas redundaría en inflación. Por otra parte, el dinero era necesario para contratar a más policías y construir más prisiones.

Simón pidió una agenda de rehabilitación. Cuando encontró su nombre en la lista, se vino abajo su ánimo generalmente jovial. Pasarían veinte años antes de que pudiera entrar en esa terapia.

Entre tanto, habían empeorado los asuntos en la celda de Simón. Shasha descubrió a su marido Boodmed junto a Sinwang, una mañana temprano bajo la cama de Simón. Tanto Chworktap como Simón conocían esa relación desde tiempo antes, ya que el ruido los mantenía despiertos. Ninguno de ambos había dicho nada, excepto pedir a la pareja que no hiciera tanto ruido. No querían provocar líos. El resultado es que Shasha perdonó a Boodmed y a Sinwang, pero atacó físicamente a Simón y a Chworktap. Parecía pensar que el engaño mayor había sido el que no le informaran sobre el romance.

Los guardias entraron y arrestaron afuera a la castigada y ensangrentada Shasha. Simón había huido de ella, pero Chworktap le había aplicado su karate. Estaba llena de hostilidad hacia Simón, pero, como sucede a menudo, había liberado sus sentimientos sobre un objetivo secundario.

Simón y Chworktap fueron acusados de riñas y disputas con intención criminal. Simón levantó las manos cuando se enteró de esto.

-Es la segunda vez que no he hecho otra cosa que evitar la violencia y sin embargo he sido acusado como cómplice. Si hubiera intentado separarte de Shasha, habría sido acusado de atacarte.

-Los goolgeases están muy preocupados con la supresión de la violencia –dijo ella, como si eso justificara todo.

El juicio de Chworktap fue tan ampliamente publicitado como el de Simón. Este lo leyó en el periódico.

Radsieg, preparado por Chworktap, formuló una brillante defensa.

-Su Señoría, damas y caballeros del jurado. Debido a la nueva ley aprobada para acelerar los juicios y aliviar el atraso existente, la defensa y el fiscal sólo disponen de un máximo de tres minutos para presentar ponencias.

El juez Ffresyj, teniendo en la mano un cronómetro, anunció:

-Le quedan dos minutos.

-La defensa de mi cliente, dicha simple, pero completamente, es ésta. La ley de Goolgeas relativa a la extradición de extranjeros a sus planetas naturales, habla solamente de él y ella. Mi cliente es un robot y por lo tanto un ello. Por otra parte, la ley establece que ese extranjero debe ser enviado a su planeta nativo. Mi cliente fue hecha, pero no nacida, en el planeta Zelpst. Por tanto, carece de un planeta nativo.

Todos se quedaron estupefactos. El viejo zorro del fiscal Bamhegruu, sin embargo, saltó rápidamente.

-¡Su Señoría! Si Chworktap es un ello, ¿por qué mi distinguido colega la menciona como ella?

-Eso es muy obvio –replicó Radsieg.

-Ese es mi punto –continuó Bamhegruu-. Incluso si ella es un a máquina, ha sido equipada con un sexo. En otras palabras, ha sido convertida de un ello a una ella. Y ese aparato sexual no es puramente mecánico. Puedo presentar testigos que declararán que disfruta del sexo. ¿Puede una máquina disfrutar del sexo?

-Si ha sido equipada al efecto, si –replicó Radsieg.

El juez se dio cuenta repentinamente de que había olvidado controlar el cronómetro.

-Este caso ha entrado en una nueva fase –declaró-. Requiere estudio. Dictamino un receso por tiempo indefinido. Traigan a la acusada a mi despacho, donde podré estudiarla con detalle.

Cuando Chworktap fue reintegrada a la celda, Simón le preguntó:

-¿Qué ocurrió entre el juez y tú?

-¿Qué piensas?

-Todos contestan mis preguntas con otras preguntas.

-Algo debo decir de él –agregó Chworktap-. Ciertamente es un anciano vigoroso.

Antes de ser llevada, había murmurado algunas palabras en el oído de Bamhegruu. Al día siguiente, el juez fue arrestado. La acusación fue "mecanicidad", o sea, copulación con una máquina. Ffresyj contrató a Radsieg para que lo defendiera, y el brillante abogado sostuvo que su defendido no podría ser condenado hasta que no se probara que Chworktap era una máquina. La Corte Suprema de Goolgeas ingresó ese tema a estudio. Entretanto, a Ffresyj se le negó la fianza porque también había sido acusado de adulterio. Radsieg utilizó la misma ponencia anterior. Si Chworktap era una máquina, ¿cómo el juez podía haber cometido adulterio? La ley establecía claramente que el adulterio era la fornicación entre dos adultos que no estuvieran casados entre sí.

La Corte Suprema estudió también este caso.

Entretanto, Radsieg y Bamhegruu fueron arrestados por varias acusaciones. Fueron puestos en la misma celda que el juez, y los tres se entretenían haciendo procesos de juguete. Parecían muy felices, lo que condujo a Simón a concluir que los abogados estaban interesados en el proceso y no en la finalidad de la ley.

Mientras Chworktap estaba esperando las decisiones de la Corte Suprema, fue condenada por resistencia al arresto, riñas, disputas y fuga ilegal.

Pasaron veinte años. Los casos de Simón y Chworktap estaban aún pendientes porque los jueces de la Corte Suprema estaban cumpliendo largas condenas, mientras los jueces nuevos estaban atrasados con su trabajo.

Al cabo de treinta años, la situación fue la que Chworktap había previsto y que todos pudieron ver como inevitable, aunque después de ocurrida. Toda la población, con la sola excepción del presidente, estaba en la cárcel. Nadie había sido rehabilitado porque los rehabilitadores habían sido arrestados. Aparte de que todos menos uno habían perdido su ciudadanía, la sociedad operaba con eficacia. De hecho, la situación económica era mejor que nunca. Aunque la comida era simple y no abundaba, nadie se moría de hambre. Los comisarios encargados de las granjas estaban produciendo suficientes cosechas. Los guardias, que también eran comisarios, lo mantenían todo bajo control. Las fábricas, integradas por mano de obra barata y administradas por otros comisarios, producían ropa chillona, pero adecuada. En una palabra, nadie se estaba aprovechando del país, pero nadie estaba sufriendo mucho. El objetivo era compartir, y compartir en forma homogénea, ya que todos los prisioneros eran iguales ante la ley.

-Está todo muy bien- señaló Simón a Chworktap-. ¿Pero cómo salimos de aquí?

-He estudiado los libros jurídicos en la biblioteca- contestó ella-. Los abogados que redactaron la ley son un poco verborreícos, como era de esperar. Pero que tendieran a utilizar un lenguaje demasiado rico en lugar de formular dictámenes claros es algo que nos permitirá salir. La ley dice que una prisión perpetua debe durar "el lapso natural de vitalidad" del condenado. La definición de "lapso natural" se ajusta al caso extremo de longevidad que se haya vivido en el planeta. La persona más anciana que haya vivido en  Goolgeas alcanzó los ciento cincuenta y seis años. Todo lo que tenemos que hacer es superar eso.

Simón gruñó, pero no perdió la esperanza. Cuando llegó a estar en la cárcel ciento treinta años, apeló al Guardia Mayor para que su caso fuera reconsiderado. El funcionario, que era un descendiente del original, aceptó la apelación. Simón se presentó ante la Corte Suprema, todos ellos comisarios o descendientes de comisarios, y estableció su caso. Su "lapso natural de vitalidad" dijo, ya había pasado. El era un terrestre y debía ser juzgado con el estándar de los terrestres. En su planeta, nadie había vivido más de ciento treinta años, y podía probarlo.

El magistrado envió un par de comisarios hasta el campo de aterrizaje para conseguir la Enciclopedia Terrícola en el Hwang Ho. Tuvieron grandes dificultades para encontrar la nave. Los viajes interplanetarios habían sido prohibidos cien años antes. En ese tiempo, el polvo se había juntado al lado y encima de las naves, y la hierba había crecido en las colinas. Después de hacer excavaciones durante un mes, el grupo encontró el Hwang Ho, entró allí y volvió con el libro necesario.

Llevó cuatro años a los jueces aprender a leer chino para determinar que Simón no estaba mintiendo. En un cálido día de primavera, Simón, con un traje nuevo y diez dólares en el bolsillo, fue liberado. Con él estaban "Anubis" y "Atenea", pero Chworktap estaba aún encerrada. No había podido probar que ella tuviera ningún "lapso natural de vitalidad".

-Los robots no mueren de viejos- explicó ella-. Sólo se desgastan.

No estaba preocupada. Ese día, Simón lanzó la nave espacial contra la muralla del edificio donde ella estaba presa, y Chworktap ascendió hasta la escotilla.

-¡Huyamos de este planeta asqueroso!- exclamó.

-¡Cuánto antes mejor!- añadió Simón.

Ambos se hablaban por un lado de la boca, como suelen hacerlo los veteranos de la cárcel. Pasaría algún tiempo antes de que perdieran esa costumbre...

Tomado de Ciencia Ficción – Selección 31. Colección Bruguera Libro Amigo número 523.
Título de la narración: Venus en la concha, por Kilgore Trout, pp. 131 y siguientes.
© Editorial Bruguera, 1ª edición: julio 1977.
ISBN 84-02-05218-5



Batman vs Los Franeleros de la OPEVSA

            Batman estaba ante el Juez. Su impecable disfraz de paladín de la justicia brillaba con una tonalidad azul – negra impactante. Su máscara dejaba entrever sus ojos azul profundo y parte de su rostro adusto. Era la primera vez que se encontraba en tal situación. Venido desde ciudad Gótica, el Comisionado Gordon estaba presente en la sala de audiencias... incluso su Excelencia, el Señor Embajador estaba en el sitio. 

            No sería raro que el héroe estuviese ante las autoridades. Lo paradójico era la posición en la que se encontraba, sentado en el banquillo de los acusados. 

            Su Señoría ingresó a la sala. Al sentarse los presentes, el Fiscal leyó los cargos en contra del paladín. 

-Se le acusa, señor encapotado, de haber golpeado a un ciudadano.

-¡Pero estaba cometiendo un hurto! –vociferó el héroe.

-Usted no puede tomar ni hacer justicia por su propia mano, señor murciélago, -espetó el Fiscal – Para eso existen las autoridades y, en este caso, la eficiente policía preventiva.

-El sujeto estaba sustrayendo de mi batimóvil varias cosas, entre ellas mi estéreo y los tapones de las ruedas. Además, rompió el vidrio derecho –dijo apesadumbrado el reo.

-Usted lo dijo bien –señaló el Fiscal- Podría ser válido si hubiera sustraído el radio del interior de su casa, pero los tapones y el vidrio estaban en la vía pública. También el carro.

-Pero, Su Señoría, ¡es inaudito lo que pasa! Estaba el vehículo en la calle, pero el hecho es que el sujeto rompió el vidrio, sustrajo los tapones de las ruedas y aparte se llevaba mi radio. No hubo quien dijera algo, la gente pasaba y veía y no hicieron nada. Llamé a la policía y tampoco se presentaron. El tipo tardó casi media hora cometiendo el hurto y...

-Si tardó eso, fue por las cintas que tenia pegadas en los tapones, por la película anti-asalto de sus vidrios, y por los remaches que tenía la radio. Aparte de la ruidosa alarma que no lo dejó hacer su trabajo. Si Usted, encapotado, no hubiera puesto tantas cosas en el vehículo, le apuesto que el ciudadano hubiera finalizado su trabajo en 2 minutos.

-¡Pero qué cínico!

-¡Orden! ¡Orden! –gritó el Juez. Esas ofensas no caben en un litigio donde está en juego su libertad, señor vampiro...

-Murciélago, por favor...

-Bien, murciélago, o lo que sea. Respete al Señor Fiscal.

             El Comisionado Gordon no daba crédito a lo que veía y oía. En algún viejo ejemplar de Viajeros había leído sobre la justicia “a la mexicana”, pero nunca imaginó que fuera de esa magnitud. En Ciudad Gótica las cosas eran muy distintas: los pillos eran encarcelados sin importar como fuesen capturados, dado que habían quebrantado la Ley y el Orden, y más si la detención había sido efectuada por un héroe público y popular. No existían cosas de ésas como los derechos humanos. Tampoco era requisito ir ante una autoridad a levantar una acusación si el pillo era atrapado in fraganti, pues valía más el respeto y la defensa de la propiedad privada que los derechos de los detenidos.

             Por supuesto que la mayoría de los procesados eran personas de escasos recursos que orillados cometían algún hurto. Las personas con recursos preferían irse de vacaciones en vez de cometer delitos y apoderarse del mundo. Eso era cosa del pasado. La globalización los había convertido, paradójicamente, en los verdaderos amos del mundo así que, ¿para qué molestarse en cometer faltas en una ciudad olvidada del mapa?

             Gordon era fanático de los puñetazos: mientras más violenta había sido la captura, más satisfecho se sentía. ¡Con cuántas ganas le rompería la cara a cuanto enemigo de su ciudad y de su nación se le pusiera enfrente! Las técnicas de interrogatorio que aprendió cuando fue soldado en la Segunda Guerra Mundial seguían intactas. Incluso se ofreció como asesor cuando la guerra santa contra el terrorismo, pero su oferta fue rechazada por tener ascendencia judía. Algo que pocos sabían del señor Gordon.

             El hecho de ser judío lo limitaba en su aspiración de asesor, pues la potencia no quería involucrar a sus vecinos en el problema. De haber intervenido Gordon, probablemente aquel territorio disputado ya sería polvo.

 -¿No se supone que para eso está la alarma del auto? Es para alertar, para avisar que se está cometiendo un daño a la propiedad, señor Fiscal –alegó en defensa el ilustre abogado de la barba entrecana, feliz Senador y cenador (por ser tan voraz y depredador, decían sus antagonistas), aparte de ser Maestro en el arte del tráfico de influencias.

-Apague su puro, señor Abogado –advirtió el Juez- De otro modo me veré en la penosa necesidad de mandarlo arrestar.

-No sabe con quien se mete, juececito – amenazó el abogado- Si no fuera por mí, no estaría en ese sitio, ¿eh?

-Comisario –ordenó el Juez- Arreste al barbón, le apaga el puro en donde rime, y lo mete al apando una semana.

-Oiga, si no es pá’tanto –díjole el barbón – ya lo apagué, ¿ve?

             Lo ocurrido jamás se hubiera pensado siquiera. El Comisario, un tipo de dos metros y más de cien kilos auxiliado de dos ayudantes de similar tonelaje, cargó con el abogado como si fuese un títere. El puro ya no se lo pudo apagar porque el audaz jurisconsulto ya lo había extinguido. De lo que no se salvó fue de ingresar al apando, esa oscura celda de castigo de un metro cuadrado por completo, y donde solo se oían canciones gruperas todo el día y toda la noche.

             Los fotógrafos se dieron vuelo tomando instantáneas del suceso. Incluso hubo quien se atrevió a sugerir que con una toma podrían reproducirse afiches al por mayor, y estampar playeras, ceniceros, recuerditos mil para conmemorar el suceso y, tal vez con eso, pagar la fianza del ilustre abogado. –“Es un mártir, como Jesucristo o como el Ché Guevara”- dijo algún colado que, por suerte, fue localizado y neutralizado por completo. Alguien pensó en promover pulseritas de plástico, idea que obvió por lo notorio del incidente, aparte de que tales artilugios pronto serían víctima de la piratería.

             El defensor no sabía que el Juez era de mano dura. Un tipo forjado en los cánones de la legislación habida y por haber, quien había ganado su puesto mediante una ardua competencia contra otros candidatos. Por ello no le temblaba la mano el firmar sus decretos, ni la voz al dar órdenes. Por primera vez, el defensor había fallado.

             Por su parte, el Señor Embajador quedó pasmado. Creía que al contratar al mejor abogado tendría asegurado el éxito de la defensa. Varios favores les debía el barbado, pero esta vez quedó en ridículo. Al consultar con sus asesores, notó que el fuero del Senador no lo protegía contra los insultos proferidos a un Juez. Habría que preparar una carpeta top-secret para planear un embargo económico a cambio de la libertad del paladín. Pero a estas alturas, ¿qué podrían embargar? Solo el aire, y tal vez no, porque estaba contaminado.

 -Su Señoría –dijo el héroe en tono prudente al ver la escena – Ya no tengo defensor. Por lo tanto, el proceso no puede continuar.

-Nuestra legislación permite que pueda defenderse a sí mismo, o bien esperar a que se le asigne al abogado de oficio. Este último proceso duraría... a ver... unos dos o tres años. Mientras tanto, quedaría encerrado en la prisión preventiva.

-Pero, ¿no es posible que se me fije una fianza?

-No, Señor encapotado. Según el médico legista, Usted le fracturó la cara a la víctima, le perforó un pulmón, y lo dejó parapléjico. Usted es un sujeto altamente peligroso.

-No creí que mis golpes de karate fueran así de demoledores. Solo le di un golpe. El linchamiento es cosa que yo no provoqué...

-¿Nota Usted, señor Batman, que se está defendiendo solo? Confirme si desea defenderse a sí mismo, o de plano suspendemos el proceso hasta que se le asigne al defensor de oficio.

-Acepto defenderme solo, Su Señoría.

             Esa tarde, el paladín había salido del cine después de firmar miles de autógrafos. Se le notaba cansado pero satisfecho por la aceptación del público. Al avanzar hacia el sitio donde había dejado su batimóvil, escuchó el ruido de la alarma. Apuró el paso y vio a un sujeto apremiándose a desprender el radio de su auto. Al robarlo, el sujeto se apostó a hurtar los tapones de las ruedas. Iba por la segunda cuando una mano musculosa lo cogió del cuello y lo levantó.

             La gente que iba por la calle hacía como-que-no-veía-nada, no obstante lo llamativo de la escena: un vehículo negro con forma de murciélago, la sirena a todo volumen, con cristalazo en el lado derecho, un radio sustraído, un hombrón fornido, y un pillo demasiado flaco. Al pedir ayuda a la gente para que avisara a la policía, nadie hizo caso. Y así estuvo con el tipo casi quince minutos, más otros quince que el sujeto había tardado en cometer el cristalazo. Media hora.

             En un descuido, el pillo azotó una bujía en el pecho del paladín, quien le dio a la vez un golpe de karate entre ceja y oreja. Al ver la escena, la gente se arremolinó en el lugar y, al ver la pelea, se dejaron ir sobre el tipo: sobre su flaca humanidad llovieron patadas, insultos, golpes, tubazos... hasta una barbie azotó en su cuerpo. El linchamiento duró poco menos de cinco minutos, suficientes para dejarlo malherido. En ese instante, de la nada aparecieron veinte gendarmes que no hicieron por detener al populacho, sino que se fueron sobre el tarado enmascarado que se quedó parado en el lugar.

             De inmediato, llegaron cinco helicópteros y diez ambulancias. Todo el cuerpo de paramédicos atendieron al lesionado, mientras el paladín era esposado y trepado en una patrulla tipo carriola. Tal era su estatura y lo compacto del auto, que tuvo que hacer contorsiones tragicómicas hasta quedar en posición fetal dentro del diminuto vehículo.

             Al ser ingresado en la Delegación, el paladín fue despojado de sus pertenencias: su cinturón, sus armas, su capa. Cosas que no fueron inventariadas y que nadie supo dónde quedaron. Al cerrarse la reja de la celda, sintió que tal vez todo había sido un error.

 -Ya sabemos lo del linchamiento, señor encapotado. ¿Algo que no hayamos conocido y que pueda minimizar su castigo?

-Realmente, Su Señoría, no me explico por qué me involucran en el linchamiento, si lo único que hice fue defender mis propiedades.

-Hay un problema, señor paladín –dijo el adusto Fiscal – Usted no ha demostrado que los bienes sustraídos por el guasón sean de su absoluta propiedad. El cristal, el radio y los tapones no presentan marca alguna de propiedad. Y el automóvil tiene vencido el permiso de importación temporal aunque, si bien es cierto que caducó ayer, también lo es que su vehículo está de ilegal en el país. Otro cargo en su contra: contrabandista.

-Pero, eso es absurdo. Yo tengo entendido que si las cosas están pegadas en algo que es propiedad de alguien, son de su propiedad. El radio, el vidrio y los tapones estaban pegados al auto que, aunque esté de ilegal, las tablillas están a mi nombre. Luego, tales adminículos son míos.

-Error, porque al momento de estar separados, ya son cosas distintas. Además, Usted no presentó testigos de pre-existencia y falta posterior de las cosas.

-¡Oiga! Mi amigo, el Comisionado Gordon, atestiguó sobre la propiedad de mis cosas. ¿Por qué no toman esa declaración en cuenta?

-Porque el señor Gordon es eso: su amigo. Y el atesto de un amigo tiene el mismo valor que un pepino.

-¡Su Señoría! –rugió el Comisionado - ¡Eso es injusto!

-Calma –dijo el Juez- El Comisario está ansioso por darle una estancia agradable en el apando. Lo que diga el Fiscal es una cosa. El análisis de los hechos y de las pruebas es otra, y ese es mi trabajo.

-Usted dijo que el pillo tiene de alias el de guasón. Pero no se parece en nada al archicriminal que desea mi fin –dijo apesadumbrado el paladín-

-Así es. El mote lo obtuvo después de leer historietas. Aunque es verdad que desea verlo en la cárcel por haber provocado el linchamiento

-¡Que yo no provoqué el linchamiento! La gente se arremolinó y la misma gente empezó el lío. Yo solo quería que viniera la policía, cosa que no sucedió.

             En su estancia en la Delegación, el paladín contemplaba el paso lento de las horas. Nadie le decía nada, y solo se limitaba a ver el ingreso y la salida de varios sujetos: ebrios, peleoneros, infractores. Al solicitar una audiencia con el jefe delegacional, le informaron que eso no era posible porque estaba en un mitin con el hombre – esperanza (por lo menos él lo había entendido así). Se presentaría, si bien le iba, hasta el martes siguiente. Entonces pidió hablar con otro funcionario. Lo único que obtuvo fue una serie de silbidos de los demás detenidos.

             Cuando al fin pudo conseguir el privilegio de hacer una llamada, el primero que vino a su mente fue su amigo, el Comisionado.

 -Roberto, ¡tienes que ayudarme!

-¿Qué sucedió, Bruno?

-¡No mames! No me llames así.

-No te hagas. Tú empezaste.

-Ok, ok. Mira: al salir de la sesión de autógrafos, noté que un tipo estaba desvalijando el carro. Lo detuve y pedí apoyo de la policía pero no llegó. Entonces el sujeto me arrojó una bujía, de ésas que llevan los motores. Le solté un fregadazo en la cara, y luego se le arrojó la gente encima y lo madrearon todito. Quedó hecho un fideo. Llegó la policía y me arrestó, pero aún no me han acusado de nada. ¡Estoy detenido y el coche en el corralón!

-Ya, ya. Mira, ahorita tomo un vuelo para ir en tu ayuda. Hablaré con mi amigo el Embajador y te designará el mejor abogado. Claro que los honorarios habrá que pagarlos...

-Ok, ok. ¿Jornada blanca a los menudistas del sector nueve?

-¡Ése es mi muchacho! Asunto arreglado. Mañana podrás regresar a casa.

-¿Y el carro?

-Olvida esa chatarra. A estas horas ya debe estar completamente desvalijado y desgüazado. Mandaremos hacer otro con fondos de la ciudad. ¿Te parece?

-Bien. ¡Yo sabía que mi amigo no me iba a dejar solo!

-No te apures, hijo. Ya todo está bajo control.

             El optimismo del paladín tenía asombrados a los huéspedes de la Delegación. Tan tranquilo, y con una leve sonrisa que hacía dudar de sus actos a los gendarmes. De pronto, el televisor atrajo la atención de la distinguida concurrencia. A vuelo de helicóptero se transmitía la noticia del día: un linchamiento provocado por un golpeador profesional drogado en contra de un indefenso elemento de la OPEVSA. El paladín contrajo sus poderosos músculos, pues las injusticias lo hacían rabiar de modo tal, que la sangre le hervía y era capaz de derrotar, con una sola mano, a diez sujetos.

             ¡Con cuánta alegría le rompería el espinazo a ese abusón, si lo tuviera enfrente! Su ánimo decayó cuando se vio en la pantalla.

 -Así es jefe –decía el reportero del aire –El golpeador azotó cruelmente al personal de OPEVSA, tal vez porque estaba drogado y no midió sus actos.

-Es la barbarie –decía con tono apesadumbrado el jefe- No podemos estar en la calle en paz porque alguien empieza a dar problemas.

-En esta toma observamos como el golpeador agita al sujeto. ¡Pobre hombre! Vea, está llamando a la multitud a unirse en esa carnicería... ¡Que horror, no quiero seguir viendo! –el reportero soltó, entonces, un fingido lloriqueo infantil que ni su propia madre hubiera creído.

-Ya, ya pasó. Vemos como la policía somete a ese delincuente, a ese agitador, cuyos actos no tienen nombre. Lo notamos muy mansito después de provocar el linchamiento. Que cobarde. Ni su propia madre lo querría. ¡Exijo, desde este espacio, la pena de muerte contra ése, ése, malvado! En otras noticias, fue arrestado “el Chacal de los Supermercados”. Al momento de su detención tenía en su poder una lata de atún y un paquete de pan. Las autoridades se hicieron cargo de él, y lo confinarán a prisión perpetua para que pague por sus crímenes cometidos contra la sociedad. Me reportan que los funcionarios acusados sin fundamento de corrupción, han quedado completamente exonerados, toda vez que sus propiedades e inversiones son plenamente legítimas...

             El paladín no daba crédito. Las imágenes eran distintas a lo narrado. “Tal vez” –pensó- “esas tomas puedan servir para desvirtuar la acusación que me lleguen a hacer. Mis amigos ya están enterados, y me ayudarán”.

 -¿Por qué en silencio, señor paladín? Como defensor de sí mismo, no ha rebatido el dicho de los testigos presenciales del hecho – dijo el Juez, sacándolo de sus meditaciones.

-El vídeo. Hubo un vídeo de lo ocurrido, Su Señoría. Lo ofrezco como prueba a mi favor.

-Es una pena, señor paladín – señaló el fiscal- Por un lado, esa prueba es inadmisible porque yo ya la ofrecí. Por el otro, ese vídeo no existe.

-¿Cómo puede ser inadmisible una prueba que ya se ofreció, y además que tal no exista? Es absurdo. Su Señoría, solicito que de nueva cuenta se muestre ese vídeo. Lo pasaron en el noticiario de la noche de ese día, de alguna forma debe existir, ¡Debe existir!

-Esa es una probanza sin valor, encapotado, porque todos lo vimos, y notamos el maltrato que hizo al hombre de OPEVSA.

-¿OPEVSA? Ya habían dicho eso antes, ¿qué es eso?

-OPEVSA –dijo el Fiscal- significa Operadora de Parquímetros y Estacionamientos Viales. Son los encargados de resguardar el orden en el uso de los espacios de estacionamiento en la vía pública. Se organizan en la División de Franeleros, esos valiosos hombres que arriesgan su vida en la noble tarea de apartar cajones mediante el pago de una cuota simbólica por lavar el vehículo del cliente, y que ayudan en las complicadas tareas de estacionarse. La División Guardia, son aquellos hombres que arriesgan su vida velando la propiedad de sus clientes automovilistas. La División Candado, aquellos que haciendo uso de la tecnología, inmovilizan los vehículos de aquellos que se niegan a pagar la cuota por uso de la calle. ¿Satisfecho?

-Oiga, cuando estacioné el carro, llegó un sujeto menudo, pecoso, picado de la cara, chimuelo y con aliento dragoniano. Contra mi voluntad le dejé encargada mi nave pues él se comprometió a cuidarla y a lavarla. Dijo que me esperaría para pagarle después de la sesión de autógrafos a la que iba. Luego, él era responsable de cuidar mi coche, cosa que no hizo. También recuerdo haberlo visto cuando detuve al tipo ése, al guasón, y cuando éste me pegó, el pecoso fue a una orilla y sacó una barra. ¡Él fue quien instigó a la gente a que le pegaran al guasón!

-Momento –dijo el Juez- ¿Usted afirma que el pecoso fue quien instigó a la gente a pegarle al guasón? ¿Es así?

-Lo digo y lo sostengo, Su Señoría. Es más: recuerdo que el pecoso insultaba al guasón diciéndole algo así como que por qué se metía en su territorio, y una niña harapienta, y ofrezco disculpas por decirlo así pero estaba vestida con ropas rotas y sin zapatos, le arrojó una muñeca al tipo cuando estaba en el suelo, y se orinó en él.

-¡Ah, “el Pecas”! Haberlo dicho antes, señor encapotado. –dijo regocijado el Fiscal- Él es el jefe del sector de OPEVSA en la zona del cine. ¿Ya ve como conviene usar los servicios del eficiente personal de OPEVSA? Su carro estaba seguro pues, aunque el guasón se hubiera llevado sus cosas, tendría otras de repuesto en menos de lo que canta un gallo. Déjeme le hablo a su celular para confirmar su versión.

-Pida permiso primero, señor Fiscal- dijo el Juez.

-¿Me permite hacerle una llamada al “pecas”, Su Señoría?

-Concedido, señor Fiscal.

             El compás de espera fue largo. Mientras el Fiscal llamaba por teléfono, en la sala de audiencias la gente murmuraba. El paladín ya no sentía lo duro, sino lo tupido. ¿Cómo iba a pensar que OPEVSA era una organización poderosa en la ciudad, más influyente que las propias autoridades? Jamás había escuchado de tal en los altos círculos de la política y de los negocios. Una organización así debería cotizar en la Bolsa de Valores, y tener un corporativo muy fuerte. En sus viajes a otras ciudades del mundo jamás había escuchado de algo así. Conocía de las mafias, de los cárteles, de otros medios organizacionales del bajo mundo y de las altas esferas políticas y económicas. Esto realmente le sorprendió.

 -Ok, “pecas”. ¿Entonces se te pasó la mano, carnal? Ps oye, ora si te la jalaste duro. Si, ya sabemos que el guasón estaba en tus territorios, pero pensamos que tal vez le habías dado chance, ¿no? Ya ves que está duro esto de conseguir piezas y todo eso. ¿Tenías de repuesto para el carro del don? ¿No? Bueno, tal vez se hubiera conformado con unos tapones y un radio genéricos. ¿Te amoló la cena? Ps’oye, con un menudito se te hubiera bajado el coraje. Tá’güeno, entonces dejamos esto así, ¿sale? Me saludas al “chicarcas”.

             El monólogo del Fiscal de alguna manera dio un respiro al encapotado. Ya aclarado el asunto de que “el pecas” había provocado todo, tal vez los cargos se retiraran de una vez. Así podría regresar a casa y cenar como Dios manda. No sin antes, enviarle un obsequio a su salvador, si todo salía bien.

 -Su Señoría, retiro los cargos de las lesiones graves imputadas al encapotado – dijo el Fiscal. Se trató de un error, toda vez que hubo un tercero perjudicado en sus intereses, mismo que los defendió según los cánones de OPEVSA...

             La sala de audiencias soltó aplausos de alegría. ¡Por fin se había exonerado de los cargos al paladín de la justicia, al amo y señor de la noche, al defensor de los desvalidos y enemigo de las injusticias...

 -...Sin embargo, sostengo cargos por responsabilidad civil y monetaria en contra del acusado, quien deberá pagar, todos los daños y perjuicios causados a OPEVSA, por haber interferido en sus labores.

-¿Qué? –dijo asombrado el héroe- ¿Cuál responsabilidad civil y monetaria?

-Así es, señor encapotado. Usted interfirió en las acciones de protección de OPEVSA, dejó a un personal de aquella sin el ingreso de un día, y le propinó un golpe de karate al guasón. Además de haberle arruinado la digestión a quien le confió la custodia de su vehículo.

-¿Es castigado con prisión?

-No. Usted deberá pagar todo lo que adeuda por los cargos mencionados. Como es materia civil, no cabe la prisión, pero sí otras medidas que le obligan a pagar tales daños.

-Bien –dijo confiado el paladín- ¿Cuánto es la cantidad a pagar?

-De acuerdo –asentó el Fiscal- Por labores de custodia, son $3,000.00 Por servicio de lavado son $600.00 Por servicio de apoyo en labores de estacionamiento: $2,000.00 Por apoyo en crisis: $120,500.00. Usted adeuda a OPEVSA $126,100.00

-¡¿Ciento veintiséis mil cien?!

-Más lo de la grúa, el arrastre y la pensión. Más impuestos tributarios por la permanencia ilegal de su vehículo en el país, más $100.00 por las lesiones del guasón.

-¿Podemos llegar a un arreglo? No sé, que quedara en la mitad para pagar mi pasaje de avión...

-No es posible. Usted deberá pagar esos daños, o queda su vehículo en garantía.

-¿Mi vehículo en garantía? Pero si el puro chasis vale casi dos millones, es de aleación aeroespacial, de kevlar, aluminio y titanio...

-¿Ya ve? Vendiéndolo por kilos puede rendir buenos dividendos. Entonces qué, ¿paga o paga?

-Bien. Esa cantidad la pagaré. Quiero recibo para deducir gastos en mi declaración de impuestos.

-Esteee ¿recibo? ¿No le servirá una nota simple?

-No. Quiero recibo. Le doy mi cédula tributaria para ver lo del recibo. Tengo mi domicilio en el extranjero. Supongo que sus recibos tienen validez internacional.

-No sea malito, señor paladín. Un recibito simple, ¿si?

-No. No hay recibo, no hay pago.

-De acuerdo, señor murciélago. Llame con su contador. Pregúntele, por favor.

             El cambio de actitud del Fiscal, primero reacio, y ahora blando, hizo suponer al héroe que tenía el asunto bajo su control. Después de haber pedido permiso al Juez para llamar a su contador, una mano en su hombro le hizo voltear. Se trataba de Su Excelencia, el Embajador.

 -Paga.

-¿Qué? ¿Así nomás?

-Tú paga, animal, y no preguntes.

-¡Oiga! Por lo menos quiero saber...

-¡Tú no sabes nada! Ya paga. Te lo suplico. ¡Paga!

            El apremio que mostraba el Embajador hizo suponer al héroe que algo estaba mal. O que él era quien estaba mal y no comprendía. ¿Acaso OPEVSA era algo más poderoso que el poder tras el poder? ¿Se trataba, tal vez, de aquella sociedad secreta que gobernaba tras las sombras al mundo? ¿Los amos del destino de la humanidad? Su capacidad detectivesca le pedía a gritos entrar al fondo del asunto. Pero al ver los rostros de la gente sita en la sala de audiencias, del Fiscal, del Embajador, y del propio Juez, lo hizo dudar acerca de meterse en el embrollo.

 -¿Acepta cheque, efectivo o tarjeta de crédito? –cuestionó el paladín.

-Efectivo, así nomás.

-Esa cantidad no la puedo sacar así como así del banco. Si pido una transferencia de fondos, tal vez sea...

-No se apure –interrumpió el Fiscal- Puede ir a descansar, y mañana a las nueve en punto, le veré en el banco para el dinero. Nos acompañará “el pecas”, y asunto arreglado.

-Bien. ¿Quedamos en $126,100.00?

-Si, ya en eso. De lo demás déjelo por nuestra cuenta. Por cierto: no se le olvide contratar los servicios de OPEVSA.

-Iré en un taxi.

 Epílogo.

             Ya desayunado, el héroe acudió a la cita. El retiro del dinero y el pago ocurrió sin mayores contratiempos. Incluso, recibió su vehículo lavado, pulido y encerado. Los tapones eran de otro carro, pero los tenía. El estéreo era de casete, pero ya lo tenía. El auto olía a aromatizante de vainilla por todo el interior. Hasta peluche tenía puesto en el tablero.

             En el aeropuerto, ya embarcado su carro, tomó tiempo para ver televisión en la sala de espera. La gente aún se le acercaba a pedirle un autógrafo, los cuales concedía de manera amigable. Salió a tomar un poco de aire, contaminado, pero aire al fin. Vio su reloj de pulsera imitación de un Rolex ya que el suyo había desaparecido misteriosamente en la Delegación.

 -Viene, viene, quebrándose, quebrándose, ¡Ahí mero, jefe! ¿Se lo cuido?

-No, gracias. Tiene alarma, y está asegurado. ¿Nos vamos, amor?

            Batman había observado que ese sujeto había cometido el peor error de su vida... Nadie puede oponerse a los deseos de OPEVSA...